INGREDIENTES DE LA ANIMACIÓN
VOCACIONAL SA-FA
INGREDIENTES
DE ANIMAÇÃO VOCACIONAL SA-FA
INGREDIENTS OF SA-FA VOCATIONAL ANIMATION
LES
INGRÉDIENTS DE LA ANIMATION VOCATIONNELLE SA-FA
1. Confianza
en Dios.
La primera convicción es que, al ser
una cosa de Dios, el misterio está presente y sus caminos son diferentes a
nuestros caminos. Por ello una de las actitudes es la confianza en la
Providencia, en el dueño de la mies, especialmente cuando uno está desesperado
por no ver frutos o se presentan problemas.
Orar y ser paciente cuando nuestro trabajo parezca que no da frutos. Cuando nos sentimos derrotados, pidamos a Dios que despeje el camino para ver bien la realidad y buscar Su Voluntad, junto con aquellos que pone en nuestro camino, para ser testigos de nuestra vocación religiosa de una manera adecuada. Ser valientes y tener paciencia son la clave para dar fruto. Hacemos nuestra parte y dejamos que Dios haga la suya. "Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38).
Cultivar una convicción positiva. Uno de los aspectos más importantes del animador vocacional es la convicción. Primero debemos estar convencidos de nuestra vocación y después vivirla con actitudes positivas. El modo en que vivimos nuestra vocación religiosa contribuirá a atraer a los jóvenes que nos ven coherentes.
Dios
tiene un amoroso designio para nosotros y está dispuesto a ir comunicándolo en
la medida en que queramos buscarlo y descubrirlo. La comunicación de Dios al ser humano puede
tener lugar a través de signos exteriores (por ejemplo, la exigencia de
la realidad en la que nos encontramos), pero puede también comunicarse a través
de mociones interiores personales. Hay que buscar responsablemente lo
que Dios puede querer de nosotros en las circunstancias concretas de nuestra
vida y saber vivir en permanente discernimiento bajo el soplo del Espíritu de
Jesús que nos va guiando.
La
vocación es:
- Un acto creativo que surge de la voluntad libre de Dios. Por amor gratuito, Dios llama por su nombre a las personas (Gen 17,5; Is 43,1.45,4; Jr 1,5s; Jn 10,3-28; Gal 1,13s; Ef 1,3-14). Dios entabla un diálogo con el hombre para manifestarle quién es, qué lugar ocupa y qué proyecto ha previsto para él. La llamada es programática (comunica un proyecto), autoritativa (vincula irrevocablemente) y transformadora (ilumina el sentido que debe tener la vida de las personas).
- Un acontecimiento misterioso. Sucede como algo nuevo rodeado de circunstancias históricas, por ello es preciso descubrirla y discernirla. Se comprende únicamente desde la conciencia de la presencia de Dios que ilumina la vida de la persona dando claridad y seguridad para obrar. Dios y los signos de su presencia serán siempre su única seguridad.
- El ser humano dialogando con Dios colabora en el misterio de su vocación y acoge el llamado que se le hace implicando toda su personalidad y toda su vida. Se parece a un enamoramiento, en el que todas las cosas son interpretadas desde el amor, pero que hace salir de sí y de los propios intereses para buscar los de Dios. Es una realidad dinámica: Dios nos llama en cada instante de la vida.
- Un don para una misión concreta. El hombre es llamado por Dios y es enviado a una misión que ayude a construir el reinado de Dios en medio de la humanidad. La vocación tiene como componente esencial la respuesta humana, implica la dedicación de las personas con los talentos recibidos y destina a dar unos frutos concretos (Ex 3; 4,1-19; LG 11; AG 2,5.36).
La vocación se arraiga en
la dimensión más profunda del ser humano; le centra y le realiza en la
dimensión más profunda de su existencia; da sentido y valor a la vida
entera; integra todas sus tareas y ocupaciones; va implicada en las misiones
esenciales de la vida, como el ser hombre o mujer, el formar una familia,
el dedicarse al servicio de las grandes causas.
Somos
elegidos por Dios. Todos
hemos sido llamados por Dios a la vida, llamados a ser su imagen y semejanza.
La vocación es un don gratuito. Es Dios quien elige a quien quiere. A toda
vocación se aplican las palabras de Jesús a sus apóstoles: “Llamó a sí a los
que quiso y le siguieron” (Mc. 3,13); “No me elegisteis vosotros a mí,
sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis
fruto y vuestro fruto permanezca” (Jn. 15,16). Se puede aceptar o rechazar
su invitación. Dios nos ofrece un proyecto de amor y nosotros respondemos en
libertad
Como
cristianos todos estamos llamados, personalmente y comunitariamente, a
encontrarnos, asemejarnos y a seguir a Cristo en la vida. La sección central del evangelio de Marcos (Mc
8,27-10,52) nos dice que el seguimiento no es simple admiración, sino
movimiento y cambio continuo; que no existe seguimiento sin cruz y sin el gozo
de estar unidos a Cristo. Todo cristiano es un convocado a formar parte
de la comunidad eclesial y tiene, por tanto, una vocación.
Con
el bautismo empieza la realización de la respuesta a su llamada: se va formando
el pueblo de los llamados. Más tarde, puede llegarnos la llamada general
a vivir en Cristo (llamada a la conversión), la llamada a formar Iglesia
(la comunidad eclesial), o ser evangelizador, según los carismas de
evangelización. El Concilio Vaticano II nos dice que todos tenemos la
vocación a la santidad: un llamado a vivir intensamente el amor a Dios y a los
hombres (LG 2, AG 2, GS 22) [2].
¿Qué es para ti la vocación? ¿Cómo vives la confianza
en Dios en medio de la animación vocacional?
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